domingo, 20 de febrero de 2011

Prólogo

El Acecho de un Destino



Más allá de las montañas de Arramount, bajo los incansables rayos del sol, la silueta de un varón de mediana edad se erguía a través de una senda colindante al diseminado bosque de Escobon. Mientras caminaba, lento y pensativo, observaba cómo las escasas nubes blancas parecían  seguir sus pasos. Su Nirvel también lo acompañaba sin perderlo de vista, como había hecho desde el día en que las hadas se lo habían otorgado al nacer. Aunque no podía verlo,  dada su irrefutable invisibilidad, característica original de cualquier Nirvel, le gustaba convocarlo, notar su presencia y tenerlo cerca. De esta forma se sentía menos solo.

Aquel hombre había partido de su afable hogar en busca de respuestas. Y las había encontrado. Habían sido muchos años de espera, pero por fin sabía que su búsqueda no había sido en vano. Su empeño y dedicación habían dado sus frutos. Ahora debía regresar y contar todo lo que había averiguado.
A cada paso que daba se sentía un poco más agotado. Su marcha empezaba a ser débil y sin rumbo. Su mente se hallaba sumergida en el mismo pensamiento obsesivo de los últimos días: compartir aquella información de gran importancia y utilidad. Pero no podía hacerlo con cualquiera. Debía ser con una persona sabia, apropiada y entendida en la cuestión, dada la magnitud del hallazgo. En su fuero interno sabía perfectamente quién era esa persona, pero la anciana Amanieu se encontraba muy lejos todavía. De todos modos, debía indagar un poco más en el asunto, y terminar lo que empezaba a ser un descabellado argumento. Por ende, sabía que poder liberarse de aquel pensamiento era sólo cuestión de tiempo.
Seguía esforzándose por caminar y no trastabillar con las piedras del camino. En lo más recóndito de su retina se desdibujaba aquella pequeña Rosa Negra que había despertado de su sueño eterno. Oía cómo gozaba florecida en la Tierra Media. Desconocía si aquella visión traería prosperidad o sombras. Todavía era pronto para saberlo.
La Rosa Negra había sido erigida por un linaje mágico y ancestral.  En verdad era una flor especial, dado que no necesitaba agua ni sombra, y en su ambicioso y tácito ultimátum sólo aspiraba a ser encontrada. Así lo citaba la profecía.
El elegido debería encontrarla y cumplir su cometido antes de que floreciera en todo su esplendor, evitando que el paso del tiempo y el cansancio de la espera le hicieran perder hasta el último de sus pétalos negros. Una cuenta atrás en la que el llamado descendiente de la estirpe debería encontrar el tesoro más oculto y preciado de esta ralea. Una vez hallado, ya no habría vuelta atrás. Una nueva guerra se libraría, siendo la libertad el único propósito. Viana, la dama del lago Yesian, le había transmitido el conocimiento y la sabiduría de aquellas palabras encantadas. ¿Cómo lo había averiguado la gran dama? Ese detalle se escapaba a su entendimiento.
De repente el hombre se detuvo. La brisa del viento rozaba sus mejillas y el pelo sucio y raído sobre sus hombros ondeaba en el aire. Un débil olor a sudor y polvo llegó hasta su nariz. No emanaba de él mismo, a pesar de que llevaba muchos días sin poder darse un buen baño, la urgencia de su misión le había impedido detenerse demasiado tiempo en alguno de los muchos ríos que había cruzado.
El viento le trajo de nuevo aquel efluvio. Ahora más próximo, el olor del polvo del camino y el sudor de la carrera se mezclaban con otro que también reconoció. Entonces supo que no estaba solo. Su Nirvel se detuvo a su lado. Los dos observaron su alrededor, percibiendo el dulce cántico de los pájaros y el roce de las hojas de los árboles al entrechocar unas con otras. Percibiendo también el hedor del miedo y del agotamiento, cada vez más cercanos. Definitivamente, interrumpió el pequeño trance en el cual se encontraba sumergido hacía escasos minutos y abrió todos sus sentidos prestando la mayor atención posible. Poco a poco fue notando cómo el suelo empezaba a emitir un pequeño temblor, producido por los cascos de los caballos que se aproximaban a toda velocidad.
Era el momento de correr.
Se apresuró a salir de la calzada arcillosa, y escondido entre unos zarzales esperó atemorizado la llegada de aquellos jinetes desconocidos. Seguidamente, apoyó su cabeza sobre las raíces de un árbol adyacente y se echó por encima su capa de viaje marrón, difuminándose entre el paisaje para no ser visto.
Marc, así solían llamarle los que le conocían, había emprendido aquel viaje en busca de respuestas dejando atrás todo lo que más quería, en especial su trabajo con la compañía de títeres que regentaba con su hermano Albert. Conocía muy bien los peligros a los que se exponía si todo aquello no salía bien. Su posible no regreso le provocaba constantes remordimientos, más aún si cabe por su severo empecinamiento en seguir aferrado a sus ideales. Muchos habían sido los que habían tratado de convencerle para que no lo hiciera, pero él siempre se había mantenido firme conservando la esperanza de que algún día regresaría con respuestas. Y a la sazón, no tendrían más remedio que darle la razón.
Si conseguía regresar.
El temblor cada vez se hacía más notable. Si eran súbditos de su majestad no podía permitirse que lo descubrieran, y menos todavía con  la información de la que disponía ahora. Así pues, entreabrió escasamente su capa y, a través del arbusto, fijó su mirada en la senda por la cual ya se acercaban los jinetes. Dos iban en cabeza. Pasaron a toda prisa levantando una gran polvareda. Apenas pudo distinguir a dos encapuchados, cubiertos con sendas capas de color verde olivo, dando rienda suelta a sus vivos corceles. Marc los siguió con la mirada y escuchó el silbido de la lluvia de flechas que los seguía, no alcanzándoles por poco. La distancia entre sus perseguidores era cada vez más escasa. Fue entonces cuando sus temores se confirmaron. Estaba ante un peligro inminente, pues ya divisaba el estandarte de la casa real a lo lejos, seguido de una decena de caballeros armados a capa y espada.
Finalmente Marc, asustado pero decidido, concentró sus escasos restos de energía. Sabía de buena tinta que si utilizaba la magia estaba poniendo en peligro su propia vida, pero no le quedaba otra opción si quería salvaguardar todo el trabajo realizado hasta el momento. Su Nirvel y él debían separarse. Sin más dilación, el hombre transmitió con su mente poco a poco todos los conocimientos que no podían disiparse en la nada.
¡Corre! No te demores, deben saberlo cuanto antes —le dijo.
El Nirvel salió a toda velocidad dejándose llevar por las corrientes de aire. Era el mensajero perfecto, y también el último recurso que tenía en caso de que le descubrieran.
De pronto, el ruido sordo de una flecha al clavarse en un tronco le hizo sobresaltarse. Marc se encontraba a escasos dos metros de donde había impactado aquel proyectil. Intentó no moverse, pero notaba cómo las gotas de sudor frío resbalaban por su sien.
Paulatinamente, los caballeros de la Mesnada Real fueron pasando uno a uno por el estrecho camino. Subidos encima de aquellos vivaces corceles, todavía se veían más fornidos e imponentes.  Todos iban ataviados con sus armaduras y escudos, los cuales, al entrechocar el acero con las corazas, provocaban sonidos ensordecedores. Marc se tapaba las orejas con las manos para minimizar los estragos que provocaban esos sonidos en su interior. Tenía el vello de punta. Llegados a aquel momento, pensó que el destino de Averyn pendía de un hilo a punto de romperse.
Tardaron escasos segundos en pasar de largo. Y por fin, cuando todo el peligro parecía alejarse de su situación, se percató de que los soldados aminoraban la marcha hasta detenerse a las órdenes de su capitán. No estaban demasiado lejos, por lo que aún no podía salir de su escondrijo. Esto le dejó algo frustrado.
—¡Dejadlos! Es inútil. Volvamos al campamento y mandemos las nuevas al Rey —dijo el capitán a sus subordinados.
—Pero, mi señor, no los podemos dejar escapar. ¿Y si realmente se trata de ellos?
—Si se trata de ellos, ten por seguro que lo pagarán muy caro.
El soldado asintió, cabizbajo, y no insistió más sobre aquel tema. Marc, agazapado bajo su capa marrón, escuchaba escondido. ¿Quiénes debían ser aquellos individuos encapuchados enemistados con el Rey? Continuó escuchando, pues habían dado media vuelta y se acercaban de nuevo a su paso.
—Dos infortunados elfos exiliados. Eso es lo que son —disertaba entre susurros el capitán con uno de sus soldados de confianza.
—Estoy de acurdo con vos, mi señor, aunque sería un verdadero quebradero de cabeza para su majestad tener que volver a las andadas.
Al oír estas palabras, el pobre viajero se alegró enormemente, pues ello daba aún mayor empuje a su tesis y corroboraba la poca información de la que disponía. Su hermano Albert no se lo iba a creer. Si estaba en lo cierto, si habían regresado, todavía quedaba alguna esperanza. Todo empezaba a cobrar sentido.
Un fuerte relincho de uno de los caballos hizo virar al resto, que empezaron a alborotarse de un lado a otro. Esto alertó a los soldados, que aumentaron su atención al entorno y la floresta que les rodeaba.
Marc, pues sabía que habían notado su presencia, se levantó rápidamente saliendo de su escondite y, sin pensarlo ni un momento, echó a correr entre los árboles sin rumbo alguno. Dado el alboroto, y a pesar de la rapidez con la que acataba su emprendedora huida, cuando quiso darse cuenta era demasiado tarde, pues ya era perseguido por tres caballeros de la corte enemiga.
—¡Coged al intruso, que no escape! —decía un caballero blandiendo su espada al aire.
Otro sacaba una flecha de su carcaj real y, colocándola en su arco, apuntaba a la pequeña figura amilanada que huía despavorida a toda velocidad.
El hombre amedrentado no veía salida alguna. Estaba atrapado. Se volvió hacia ellos y, sin pensarlo dos veces, levantó ambos brazos al aire pronunciando en voz alta:
—¡Ahplaack!
Un escudo protector se iluminó delante de su ser. La flecha envenenada que se dirigía hacia él se detuvo en seco al entrar en contacto con el escudo, cayendo al suelo como si se hubiera quedado sin vida. El aura blanquecina que proyectaba el conjuro mágico lo envolvió todo durante un instante, luego desapareció. Los sementales apaciguaron la marcha sin más. Los caballeros, estupefactos, se habían detenido indecisos tras esta gesta. ¿Quién era ese hombre? ¿Acaso era un brujo o un mago?, pensaron.
—¡Lo quiero vivo! —gritó el cabecilla desde la lejanía.
Marc era perfectamente sabedor de que no debía haber hecho eso. Pese a ser su último recurso, había sido una grave equivocación. Se disponía a darse la vuelta y seguir corriendo, pero el dispendio de energía había sido involuntario y desmedido, impidiéndole dar un paso más. De improviso, algo se cernía sobre él y lo golpeaba. Al instante, una oscuridad inmunda sucumbía en todo su ser, dejándolo sin sentido.

martes, 15 de febrero de 2011

Índice. Averyn. Libro I

Índice. Averyn. Libro I

Parte I

Prólogo

1. La Llamada de Hertos
2. Ser Uno Mismo
3. La Herrería de Mel
4. De Cacería
5. Buenas Nuevas
6. Nilmar
7. La Posada del Viejo Äriston
8. Esmenota
9. El Gran Torneo
10. La Justa
11. Gallardetes y Banquetes
12. La Compañía del Desastre Mágico
13. La Caja Hexagonal
14. Los Kalagar
15. Un Paso Más Allá
16. Hijo de Bestias
17. Voy a contarte…
18. Huida
19. Confesiones
20. Los Proscritos
21. Mazmorras en el Aire
22. Sogas en la Oscuridad
23. El Monte Perdido
24. Un Atracón de Fábula
25. Esvertía
26. Prófugos del Mal
27. La Rosa Negra
28. La Dama del Lago Yesian
29. La Puerta de Cristal

Parte II

30. Tierra de Nadie
31. Flik y Grapis
32. Piel de Ángel
33. Los Fuegos Fatuos
34. Beso, Verdad o Atrevimiento
35. La Tormenta Etérea
36. El Valle del Silencio
37. La Tentación del Súcubo
38. La Emboscada
39. La Asamblea de Flaviangar
40. Angka. El Dragón Blanco
41. La Torre de Corbairan
42. La Danza de las Nixes
43. Parar, Pensar...Actuar
44. Alezeia
45. El Secreto de las Valquirias
46. La Sala de las Esferas
47. Esperanzas Renovadas
48. La Ciudad de los Árboles Dormidos
49. Faunia
50. El Pacto
51. Agua de Luna
52. La Dolencia de Amanieu
53. Las Huestes Níveas

Parte III

54. El Desierto de Nazca
55. Historia Bajo las Estrellas
56. El Ataque de los Buitrélagos
57. El Conclave de Everthon
58. Hombres y Armas
59. La Travesía del Amneris
60. La Ciudad de Guisharnaut
61. Una Invitación Real
62. El Asedio
63. Hierro por Todas Partes
64. Luces del Sur
65. El Torreón de Shendar
66. Célebres Despedidas
67. Amanecer de Reyes

Epílogo

sábado, 5 de febrero de 2011

Introducción

Los Tres Reinos

Una luna, un sol, una tierra;
Tres orígenes afines y a la vez disímiles;
Una permuta en la Tierra Media.
Tres acontecimientos para Tres Reinos,
Dos de ellos olvidados, quizás inexplorados;
Tres Rosas,
Una negra, una roja y otra blanca,
Miedo y oscuridad; Amor y sangre; Paz y prosperidad.
Tres razas,
Hombres, Elfos y Enanos;
Averyn, Siolfor y Adaläer.
Tres palabras,
Magia, ensueño y deleite;
Los Tres Reinos 
Un mundo donde todo puede suceder,
Un mundo para los que creen…
En los entes de la oscuridad manados de la fantasía,
intérpretes de cuentos buenos y maléficos,
Conocedores de erarios recónditos
y de encantamientos mágicos…